Al
igual que los hebreos bíblicos, que remontaban sus genealogías no sólo
hasta las parejas patriarcales, sino también hasta el comienzo de la
humanidad, los aztecas, los toltecas y otras tribus nahuatlacas tenían
leyendas de la creación que seguían las mismss pautas. Pero, mientras el
Antiguo Testamento adecuaba sus fuentes surnerias designado a una
entidad plural (Elohim) a
partir de las diversas deidades activas en los procesos creadores, los
relatos nahuatlaca conservaban los conceptos sumerio y egipcio de varios
seres divinos que actuaban o bien en solitario o bien en grupo.
Las
creencias tribales, predominantes desde el sudoeste de los actuales
Estados Unidos, en el norte, hasta la actual Nicaragua, en el sur,
sostenían que, en el principio, había un Dios Antiguo, Creador de Todas
las Cosas, del Cielo y la Tierra, cuya morada estaba en lo más alto del
cielo, el duodécimo cielo. Las fuentes de Sahagún atribuían el origen de
estos conocimientos a los toltecas:
- Y los toltecas sabían
- que muchos eran los cielos.
- Decían que había doce divisiones superpuestas;
- allí moraba el dios verdadero y su consorte.
- Él es el Dios Celestial, Señor de la Dualidad;
- su consorte es la Dama de la Dualidad, la Dama Celestial.
- Esto es lo que significa:
- Él es rey, él es Señor, por encima de los doce cielos.
Sorprendentemente,
esto parece una versión de las creencias de Mesopotamia, según las
cuales a la cabeza del panteón estaba Anu («Señor del Cielo») que, junto
con su consorte, Antu («Dama del Cielo»), vivía en un planeta lejano,
el duodécimo miembro de nuestro Sistema Solar. Los sumerios lo
describían como un radiante planeta cuyo símbolo era la cruz. Todos los
pueblos del mundo antiguo adoptarían posteriormente este símbolo, y lo
desarrollarían hasta convertirlo en el omnipresente emblema del Disco
Alado. Sorprendentemente, el escudo de Quetzalcóatl y otros símbolos que
aparecen en los primitivos monumentos de México son extrañamente
similares.
Los dioses de antaño, de
los que los textos nahuatlacas contaban relatos legendarios, eran
descritos como hombres barbados, como correspondería a los antepasados
del barbudo Quetzalcóatl. Al igual que en las teogonías mesopotámicas y
egipcias, había relatos de parejas divinas y de hermanos que se casaban
con sus propias hermanas. De interés prioritario y directo para los
aztecas eran los cuatro hermanos divinos, Tlatlauhqui,
Tezcatlipoca-Yáotl, Quetzalcóatl y Huitzilopochtli, según su orden de
nacimiento.
Ellos representaban a
los cuatro puntos cardinales y a los cuatro elementos primarios: Tierra,
Viento, Fuego, Agua, un concepto de la «raíz de todas las cosas» bien
conocido en el Viejo Mundo. Estos cuatro dioses representaban también
los colores rojo, negro, blanco y azul, y las cuatro razas de la
humanidad, a las que se representaba a menudo (ver el Códice Ferjervary-Mayer) con los colores correspondientes, junto con sus símbolos, árboles y animales.
El reconocimiento de
cuatro ramas separadas de la humanidad resulta interesante, quizás
incluso significativo, por sus diferencias con el concepto
bíblico-mesopotámico de la triple división asiática, africana y europea
surgida del linaje de Noé, de Sem, Cam y Jafet. Las tribus nahuatlacas
habían añadido un cuarto pueblo, el pueblo de color rojo.
Los relatos nahuatlacas
hablan de conflictos e incluso de guerras entre los dioses. Entre éstos
se incluye el incidente en que Huitzilopochtli derrotó a los
cuatrocientos dioses menores y el combate entre Tezcatlipoca-Yáotl y
Quetzalcóatl. Estas guerras por el dominio de la Tierra o de sus
recursos se habían detallado también en los mitos de todos los pueblos
de la antigüedad.
Los relatos hititas e
indoeuropeos de las guerras entre Teshub o Indra con sus hermanos
llegaron a Grecia a través de Asia Menor, Los semitas cananeos y
fenicios escribieron acerca de las guerras de Baal con sus hermanos, en
el transcurso de las cuales Baal mató a centenares de «hijos de los
dioses» menores cuando se les atrajo con engaños al banquete de la
victoria del dios. Y en las tierras de Cam, África, los textos egipcios
hablaban del desmembramiento de Osiris a manos de su hermano Set, y de
la posterior guerra entre Set y Horus, hijo y vengador de Osiris. ¿Acaso
los dioses de los mexicanos eran concepciones originales, o eran los
recuerdos de creencias y relatos que tenían sus raíces en las
tradiciones del Próximo Oriente?
Nos encontramos con que el Creador de Todas las Cosas, para continuar con las comparaciones, era un dios que «da la vida y la muerte, la buena y la mala fortuna». El cronista Antonio de Herrera y Tordesillas (Historia general) comentaba que los indígenas «le invocan en sus tribulaciones, con la mirada puesta en el cielo, donde creen que está».
Este dios creó primero el Cielo y la Tierra; después, dio forma al
hombre y a la mujer a partir del barro, pero no duraron mucho. Después
de algunos esfuerzos más, se creó una pareja humana a partir de cenizas y
metales, y con ellos se pobló el mundo.
Pero todos estos hombres
y mujeres fueron destruidos en una inundación, salvo cierto sacerdote y
su mujer que, junto con semillas y animales, lograron flotar con la
ayuda de un tronco ahuecado. El sacerdote descubrió tierra después de
enviar unos pájaros. Según otro cronista, fray Gregorio García, la
inundación duró un año y un día, durante los cuales toda la Tierra
estuvo cubierta de agua y el mundo se sumió en el caos. !Parece que estemos leyendo la tradición sobre Noé!
Los acontecimientos
prehistóricos relativos a la humanidad y a los antepasados de las tribus
nahuatlacas se dividen en una serie de leyendas, representaciones
pictóricas y grabados en piedra, como el Calendario de Piedra, que
hablaban de cuatro eras o «soles». Los aztecas consideraban su época
como la más reciente de las cinco eras existentes: la era del Quinto
Sol. Según estos relatos, cada uno de los cuatro soles anteriores había
terminado con una catástrofe, a veces natural (como un Diluvio) y a
veces causada por las guerras entre los dioses. Sabiendo que
(aparentemente) siempre hemos tenido el mismo sol, ¿qué significan
realmente estos soles?
Se cree que el gran
Calendario de Piedra azteca, que se descubrió en la zona del recinto
sagrado, es la plasmación en piedra de las cinco eras. Los símbolos que
circundan el panel central y la misma imagen central han sido objeto de
numerosos estudios. El primer anillo interior representa, con toda
claridad, los veinte signos de los veinte días del mes azteca. Los
cuatro paneles rectangulares que rodean el rostro central se reconocen
como los dibujos que representan las cuatro eras anteriores, y la
calamidad que terminó con cada una de ellas -agua, viento, terremotos y
tormentas, y jaguar.
Los relatos de las
cuatro eras son valiosos por la información relativa a la longitud de
las eras y a sus principales acontecimientos. Aunque las versiones
varían, lo cual sugiere una larga tradición oral previa a los registros
escritos, todas coinciden en que la primera era llegó a su fin con un
Diluvio, una gran inundación que arrasó la Tierra. La humanidad
sobrevivió gracias a una pareja, Nene y su mujer, Tata, que se las
ingeniaron para salvarse en un tronco vaciado.
O bien esta primera era o
bien la segunda fue la era de los Gigantes de Cabellos Blancos. El
Segundo Sol se recordó como «Tzoncuztique», la «Era Dorada»; que terminó
a causa de la Serpiente del Viento. El Tercer Sol estaba presidido por
la Serpiente de Fuego, y fue la era de la Gente de Cabello Rojo
(¿antepasados de los escoceses?). Según el cronista Ixtlil-xochitl,
éstos fueron los supervivientes de la segunda era, que llegaron en barco
desde el Este al Nuevo Mundo, asentándose en la región de Botonchán,
donde se encontraron con gigantes que también habían sobrevivido a la
segunda era y fueron esclavizados por éstos. El Cuarto Sol fue la era de
la Gente de Cabeza Negra (¿antiguos sumerios?).
Fue durante esta era
cuando Quetzalcóatl apareció en México -alto de estatura, de luminoso
semblante, con barba, y llevando una larga túnica. Su báculo, con forma
de serpiente, estaba pintado de negro, blanco y rojo; llevaba piedras
preciosas engarzadas y estaba adornado con seis estrellas. Es curioso
que el báculo del obispo Zumárraga, el primer obispo de México, se
hiciera muy parecido al de Quetzalcóatl. Fue durante esta era cuando se
construyó Tollan, la capital tolteca. Quetzalcóatl, señor de la
sabiduría y el conocimiento, introdujo la enseñanza, los oficios, las
leyes y el cálculo del tiempo según un ciclo de 52 años.
Hacia el final del
Cuarto Sol tuvo lugar una serie de guerras entre los dioses.
Quetzalcóatl partió, de vuelta hacia el Este, hacia el lugar de donde
había venido. Las guerras de los dioses causaron estragos en el país;
los animales salvajes diezmaron a la humanidad, y Tollan quedó
abandonada. Cinco años más tarde, llegaron los pueblos chichime-cas,
alias de los aztecas; y el Quinto Sol, la era azteca, dio comienzo.
¿Por qué se les llamó
«soles» a las eras y cuánto duraron? El motivo no está claro, y la
extensión de las distintas eras no se ha establecido, o difiere según la
versión. Una de las que parece más sensata y plausible, es la del Códice Vaticano-Latino 3738. Dice
que el primer Sol duró 4.008 años, el segundo 4.010, el tercero 4.081.
El cuarto Sol «comenzó hace 5.042 años», pero no se especifica el
momento de su final. Sea como sea, tenemos aquí un relato de los
acontecimientos que se remonta 17.141 años a partir del momento en que
los relatos se registraron.
Es un lapso de tiempo
demasiado largo como para que la gente pueda recordar algo, y los
expertos, aunque aceptan que los acontecimientos del Cuarto Sol
contienen elementos históricos, tienden a desechar lo relativo a eras
anteriores como meros mitos. ¿Cómo explicar entonces los relatos de Adán
y Eva, un Diluvio global y la supervivencia de una pareja, episodios
que, según H. B. Alexander(Latin-American Mythology), son «sorprendentemente evocadores del relato de la creación del Génesis y de la cosmogonía babilónica»?
Algunos expertos con una
visión poco abierta sugieren que los textos nahuatlacas reflejan lo que
los indígenas ya habían escuchado en los sermones bíblicos de los
españoles. Pero, dado que no todos los códices son posteriores a la
Conquista, las similitudes bíblico-mesopotámicas sólo se pueden explicar
si se admite que las tribus mexicanas tenían lazos ancestrales con
Mesopotamia.
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