La oposición venezolana, grupos mediáticos y sectores políticos de la derecha internacional han apostado todo por el candidato Henrique Capriles, quien aspira a truncar el proyecto bolivariano del presidente Hugo Chávez.
A estas alturas, resultan ya bien conocidas las prácticas desinformativas de los grandes medios de comunicación sobre los gobiernos progresistas de Latinoamérica, en especial sobre el de la Venezuela del presidente Hugo Chávez, quien ostenta el peculiar honor de haber recibido en los últimos tiempos críticas más furibundas que la propia Cuba, histórica damnificada en la guerra mediática contra los pueblos no alineados con la política imperial de EE.UU.
Pese a esta conocida realidad de ataques continuos hacia toda experiencia progresista en América del Sur, no deja de ser sorprendente la virulencia empleada por los medios españoles en las últimas semanas con motivo de las elecciones presidenciales que se celebran mañana en Venezuela y que establecerán bien la continuidad del proyecto bolivariano del actual presidente, bien el proyecto de involución que encarna el joven aspirante Henrique Capriles, revestido con un social-liberalismo similar al de Lula y líder de una oposición por primera vez unificada y que, también de forma inédita, tiene unas expectativas moderadamente halagüeñas, aunque siempre bastante por debajo de Chávez, según la mayoría de las encuestas.
El comportamiento agresivo de los medios informativos con los gobiernos progresistas de América Latina obedece a una razón bastante obvia -pero que por su trascendencia merece la pena señalar con perseverancia- y es la propia estructura desde la que se ejerce el periodismo en la mayoría de los casos. Los principales medios de comunicación, no se olvide, forman parte de grandes conglomerados empresariales que, con sus accionistas, anunciantes, inversores, negocios propios y cruzados y alianzas estratégicas con el poder político, elaboran la información de una manera extraordinariamente sesgada y condicionada.
El abanico de medios que afrontan la realidad de América Latina en general, y la de la Venezuela en particular, como una guerra de propaganda es amplísimo. En España, el ejemplo paradigmático es el diario El País, quizás porque, en su caso, la desproporción en los ataques proviene de un medio supuestamente más progresista que los demás. El editorial que el periódico de PRISA dedica hoy a las elecciones presidenciales de Venezuela supone una buena muestra de la trayectoria del diario en su cobertura del país suramericano. “Régimen autocrático”, “caudillo” o “perversión de la democracia” son algunos de los términos en los que El País se refiere al presidente Chávez, calificativos nunca empleados para regímenes que violan los derechos humanos de forma flagrante (Colombia u Honduras, por poner un ejemplo de la zona) pero que no entran en contradicción con los intereses empresariales de PRISA. Venezuela, sí, ahí radica buena parte del problema, y es que las inversiones cruzadas de PRISA con el grupo mediático Cisneros –bandera de la derecha opositora venezolana- condicionan de manera clara el posicionamiento político del diario español respecto a la realidad de América Latina.
Si se hace uso de hemeroteca, pueden encontrarse, en la mayoría de los medios, manipulaciones elevadas al esperpento, como la que desvela el periodista Pascual Serrano en su libro Desinformación, cuando muestra una foto cortada en la web de CNN en español en la que se ve una fila larga de ciudadanos que, según el pie de foto, esperan para firmar contra el presidente Chávez. Ampliada la foto, se descubre que en realidad se trata de un mercado estatal subvencionado donde los militares reparten pollos envasados.
Otros asuntos aparentemente inofensivos, como la creación de un nuevo partido por parte del presidente y demás fuerzas progresistas, pueden ser traducidos por algunos medios de comunicación como la creación de “un partido único” que busca lograr un “control absoluto” (EFE, 16 diciembre de 2006). De la misma manera, la reforma de la constitución para que los presidentes pueden ser relegidos tantas veces quieran, como sucede en España, puede dar lugar a titulares como éste: “Chávez intentará reformar la constitución venezolana para ser presidente vitalicio de la república y para que su partido sea el único del país” (Web de Antena 3 TV, 3 de diciembre de 2006).
No obstante, como se ha comentado ya, la bandera del antichavismo en España la porta el diario El País. El acoso mediático que el periódico generalista de PRISA está mostrando en esta campaña –con una crítica feroz a Chávez y un apoyo absoluto a Capriles- no es sino la continuación de una larga trayectoria que posiblemente tuvo su punto álgido en el editorial que realizó el periódico para justificar el golpe de Estado contra Chávez, perpetrado en 2002.
Estos fragmentos muestran la esencia del artículo: “La situación había alcanzado tal grado de deterioro que este caudillo errático ha recibido un empujón… Autócrata peligroso para su país y el resto del mundo…Sería bueno que Chávez y algunos de sus colaboradores detenidos rindieran cuentas de sus desmanes autoritarios y corruptos ante los tribunales de su propio país”.
Otro asunto controvertido en esta cadena de tergiversaciones informativas fue la negativa de la Comisión Nacional de Telecomunicaciones a renovar la licencia de la cadena de televisión privada Radio Cacaras Televisión (RCTV). Los medios españoles difundieron la idea de que se había cerrado un canal televisivo, pese a que RCTV podía seguir emitiendo por cable o satélite sin ningún tipo de problemas. “Chávez cierra el canal privado RTVC en medio de violentas protestas”, escribía El País el 28 de mayo de 2007. En la misma línea se mostraron otros medios, como Telecinco (“La oposición a Chávez protesta contra el cierre de la televisión RCTV”, 19 de mayo de 2007) o El Mundo (“La cadena privada RCTV, clausurada por el Gobierno de Chávez, refuerza su seguridad ante el temor de que se produzca un atentado (El Mundo, 27 de mayo de 2007).
Por otra parte, las acusaciones de fraude electoral que se realizan desde algunos medios venezolanos y personalidades políticas son también una constante que adquiere mayor fuerza en época de comicios. Sin embargo, instituciones como la UE, la OEA o el Centro Carter, que desde 2006 participan en las elecciones venezolanas como acompañantes, siempre han desestimado esas acusaciones, lo cual no parece ser suficiente para algunos sectores de la derecha política y mediática.
Con un breve repaso como éste al tratamiento informativo de los asuntos de Venezuela en los últimos años, puede comprenderse algo mejor la campaña desplegada en las últimas semanas por la mayoría de los medios. En esta ocasión, la tónica ha sido fomentar la idea de que el candidato Henrique Capriles ha conseguido robar el espacio público a Chávez, pese a que éste goza de una supuesta superioridad absoluta en recursos y difusión mediática, una afirmación insostenible en un país donde la gran mayoría de los medios son privados y controlados por la oposición.
Sobre el seguimiento masivo que Capriles tiene en la calle escribía hace unos días El País, que con su rigurosidad periodística pudo incluso comprobar que, en los mítines de la oposición, “la actitud de la gente no era de revancha, sino de quien tiene la convicción de que hay otra forma de gobernar el país con eficacia y, sobre todo, sin arbitrariedades, sin autoritarismo, sin payasadas”.
Así las cosas, el panorama político de Venezuela se presenta complicado, a tenor de la experiencia, que nos remite a antiguas acusaciones de fraude, injerencias políticas de gobiernos hostiles al bolivariano, grupos de presión de todo tipo y coberturas mediáticas con un alto grado de agresividad hacia cualquier programa político con carácter social que apunte a una mayor soberanía de América Latina. La previsible victoria de Hugo Chávez en estas elecciones acentuará, con probabilidad, el radicalismo de buena parte de la oposición y grupos afines.
Fuente: Tercerainformacion.es