Sin embargo, la especie humana, a
diferencia del resto de los mamíferos, desarrolló un polimorfismo del
gen LACT hace entre 5.000 y 7.000 años coincidiendo con los hábitos de
vida sedentarios del neolítico, que permite que permanezca su actividad,
con lo que no se produce la intolerancia. Esta mutación es muy
dependiente de la raza. Por ejemplo, en Suecia, sólo hay un 2% de
intolerantes; en USA las personas de raza blanca un 12%, los indios
nativos casi un 100% y los de color un 75%. En América latina un 50% de
la población es intolerante a la lactosa, en el sur de Europa puede
acercarse al 50% y en Sicilia se ha reportado un 70%. En España afecta a
entre un 15 y un 20% de la población.
Las pruebas clásicas de diagnóstico se basan en
ingerir lactosa marcada con un isótopo radiactivo y medir la
radioactividad en el aire expirado; son pruebas largas y pesadas para el
paciente, que detectan si la intolerancia está o no ya instaurada. Por
otro lado existen los test genómicos, que analizan si el gen LACT
presenta el polimorfismo que mantiene la tolerancia a la lactosa, o por
el contrario es el nativo y la persona presentará intolerancia. Ante un
genotipo denominado "normal", se producirán distintos grados de
intolerancia.
La ventaja del test genómico es que indica si se es genéticamente intolerante, aunque no se hayan presentado todavía sus efectos, y ello facilita prevenir las agresiones al intestino, antes de que aparezcan sus efectos. Se da el caso de personas que han pasado años con trastornos intestinales sin evidenciar que podía ser la lactosa la causa de dichas molestias. Para la realización de estas pruebas sólo se precisa un poco de saliva, y su coste no es superior al de las pruebas tradicionales con isótopos radiactivos.
Si se confirma dicha incapacidad para asimilar el azúcar que contiene la leche, llegará el momento de modificar los hábitos de vida controlando los productos que se consumen. Habrá que revisar también en los productos envasados las etiquetas que indican sus componentes y evitar en un sentido lo más amplio posible cualquier producto que en su composición contenga lactosa. Además, para las personas afectadas pueden resultar útiles los recursos que ofrece la web médica acreditada Lactosa.org de la Asociación de Intolerantes a la Lactosa (ADILAC), fundada por Oriol Sans.
La página ofrece, por ejemplo, un semáforo alimentario para intolerantes a la lactosa que sitúa en territorio prohibido la leche, los derivados lácteos, la mantequilla o los helados y que alerta sobre otros productos que pueden contener lactosa, como son el pan, los embutidos o la bollería, entre otros. Sin embargo, "la falta de leche en la dieta puede producir falta de calcio, vitamina D (necesaria para la absorción del calcio), riboflavina y proteínas", explica Lactosa.org. Así pues, recomienda productos substitutivos como son las sardinas, el salmón o las espinacas para obtener calcio o el hígado de bacalao para conseguir vitamina D.
Otra posibilidad recomendada por Lactosa.org es consumir lácteos sin lactosa o con lactosa hidrolizada parcialmente. En este sentido, la web ofrece un listado de marcas que ofrecen productos de este tipo, recetas seguras y una relación de restaurantes sensibilizados con la intolerancia a la lactosa. (Fuente: EUGENOMIC)
Comentario: En numerosas oportunidades hemos
advertido desde Alternativa 11 sobre los peligros y consecuencias del consumo de
lacteos en general. Sugerimos al lector interesado la lectura de los
siguientes artículos:
- La gran mentira sobre la leche.
- Lo que no te cuentan del cáncer.