En 1987 el egiptólogo francés Louis
Caparat comenzó las negociaciones con el gobierno egipcio con la intención de
llevar a cabo una serie de excavaciones en la Gran Pirámide de Keops.
La razón era un tanto pedante:
Caparat afirmaba que todavía no se
habían descubierto las habitaciones más importantes de la pirámide. Solo él y
sus tres ayudantes podrían excavar allí y acceder a los tesoros ocultos.
El ministro de educación y el
canciller francés de aquel entonces exigieron algún tipo de prueba.
Caparat llevó al estrado una serie de
planos y manuscritos en donde se afirmaba -de cierto modo- que entre los sitios
descubiertos desde principios de siglo hasta la década del 80 existían ciertas
zonas en gris. Estos lugares no pudieron ser accesados por los anteriores
arqueólogos.
Así mismo, Caparat presentó una carta
de una empresa norteamericana que ponía a disponibilidad una moderna máquina
excavadora, lo cual ayudaría de sobremanera en el trabajo. El ministro pidió
una semana de receso en las conversaciones.
En el invierno del 88, Caparat y sus
asistentes excavaban ya en Keops. Se le concedió el plazo de cuatro meses con
posibilidad de extender el tiempo si se llegaba a encontrar algún indicio. El
trabajo fue preciso y llegó a agotar al arqueólogo. No obstante, la tajante
persistencia fue su mejor consejero. Día a día avanzaban con rapidez.
La excavadora americana funcionaba con
increíble acierto. Llegó a trabarse en algunos tramos.
Al poco tiempo, uno de los ayudantes
de Caparat - Ernest - comenzó a tener cierto malestar en el pecho. No podía
ingerir alimento alguno. Vomitaba de forma extraña, no lograba conciliar el
sueño y se quejaba cuando le tocaban. Una sugerente marca roja le rodeaba el
cuello.
El arqueólogo le acompañó hasta el hospital
más cercano. Para su mala suerte debieron internarle. Los médicos le
examinaron. Al parecer sufría de un virus no identificado que atrofiaba los
conductos internos de los pulmones.
Las fosas nasales emanaban gran
cantidad de flemas de un color rojizo.
Como precaución, el médico le pidió a
Caparat que detuviese las excavaciones.
Podría ser algún tipo de trampa creada
y desarrollada por los egipcios antiguos. El arqueólogo afrontó una seria
decisión. O abandonar definitivamente la excavación, o continuar por su cuenta.
Los otros ayudantes se negaron a prestarle servicios.
Temían contagiarse.
EL DESCUBRIMIENTO
En la plenitud de la investigación,
Caparat atravesó largos túneles y sobrevivió a cualquier inconveniencia tanto
climática como física.
Era común que la presión atmosférica
fuese baja, lo cual le impedía respirar correctamente. Por esta razón trabajaba
desde las 6 de la mañana hasta las 3 de la tarde. A posteriori se dedicaba a
analizar los resultados y anotarlos en sus registros.
Una semana antes de que se venciese el
lapso programado por el gobierno egipcio, Caparat halló lo que aparentaba ser
el principio de una entrada. Marcó el borde superior con su instrumental, una
pequeña escoba de mano le ayudó a limpiar el terreno. La tierra era espesa. No
se dejaba manejar fácilmente. Caparat descubrió tres jeroglíficos entrelazados
por lo que parecía ser un ramo de olivo. Tardó aproximadamente una hora en
decodificarlos.
Los signos hacían referencia al faraón
Keops y a sus condescendientes.
El arqueólogo -emocionado- se comunicó
con el canciller francés. La excavación recibió apoyo directo del gobierno egipcio.
El que antes era un simple soñador, era reconocido como un talentoso
investigador.
Aunque todavía quedaba mucho por
descubrir, Keops asombraría nuevamente al mundo.
LA TUMBA DE CRISTAL
Una centena de hombres y 61 días
fueron suficientes para librar de obstáculos la preciada entrada.
La puerta yacía en buen estado.
Mostraba una cantidad interesante de figuras, representadas en bajorrelieves de
fino corte. Con la ayuda de un remolque externo se logró derribar las trabas
que impedían abrirla. Los científicos cubrieron sus rostros con máscaras.
Examinaron, con precaución, el lugar. Estaba completamente oscuro.
Caparat fue el primero en avanzar en
tierra desconocida. Para su sorpresa, la recámara contaba con dos círculos de
unos 20 centímetros (aproximadamente) ubicados en ambos extremos del sitio por
los cuales ventilaba aire. La sorpresa no se hizo faltar.
Caparat se topó con una gigantesca
tumba de cristal macizo. Llamó a sus asistentes -que habían regresado a sus
tareas luego de la buena nueva- y les pidió que alumbrasen el objeto a la
brevedad.
Para el horror de muchos, un cadáver
yacía dentro de la tumba. Y no parecía ser humano.
El cuerpo fue depositado en una
ambulancia especial y fue llevado a un centro de investigaciones donde se
practicarían diversos exámenes.
La tensión creció cuando Caparat halló
entre las piernas del ser un papiro antiquísimo. Abandonó el lugar y se retiró
a sus aposentos en un hotel. El ministro egipcio de relaciones exteriores se
hizo presente en la excavación junto con la fuerza policial.
Cercó la zona y prohibió el acceso.
EL PACTO DE KEOPS
Transcribió la traducción con severo
cuidado a su cuaderno personal. Caparat se asombraba con cada nueva
decodificación.
Los jeroglíficos no poseían la
construcción fonética normal. El estilo variaba por signo. Al parecer, el
faraón Keops había firmado un tratado con un alienígena proveniente de un
sistema estelar lejano. El ser le brindaba completa protección durante su vida
a cambio de refugio.
Así mismo, le explicó el devenir de la
historia del hombre. La posibilidad de viajes interplanetarios, de intercambiar
personas de mundo a mundo. El faraón, maravillado, aceptó la oferta. Firmaron
un pacto en donde se explicitaba que el alienígena podría residir en Egipto el
tiempo que desease. La criatura vivió en paz el resto de su longeva vida. La
tumba se construyó con un diseño que dibujó antes de morir.
Caparat recibió la visita de la
policía en el hotel. Le quitaron el papiro y sus cuadernos.
Se le obligó a regresar a Francia.
UNA PROEZA INADVERTIDA
Personalmente, es un tanto difícil de
creer que la historia que relata Louis Caparat no esté llevada a la
exageración.
Me he comunicado con el investigador,
quien precisó que ningún hecho descrito fue tergiversado. Volvió a afirmar cada
uno de sus postulados. Una cosa es cierta; el ayudante enfermo de Caparat
pereció. Consta el registro en el hospital. También es real la excavación.
Lamentablemente el actual ministro de
relaciones exteriores egipcio no ha querido contestar mis e-mails ni mis
cartas. El asunto de la Tumba de Cristal de Keops parece fastidiar a algunos
mandatarios.
¿Por qué les molesta hablar sobre algo
que nunca existió?
by Joseph Trainor
UFO ROUNDUP
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